Duelo por un padre: cuando sentimos que nos quedamos un poco huérfanos...otra vez
El duelo no siempre es lineal ni se reduce a la pérdida física. A través de la historia de María vemos cómo, tras la muerte de su padre, emergen sentimientos de orfandad incluso cuando el vínculo fue distante o conflictivo. El dolor puede nacer tanto de lo vivido como de la esperanza de lo que nunca llegó a ser.
DUELO
Eli Arce
9/9/20253 min read
Duelo por un padre: cuando sentimos que nos quedamos un poco huérfanos...otra vez.
María contaba en consulta cómo la noticia del fallecimiento de su padre, Rodolfo, la había tomado totalmente por sorpresa. En apariencia no estaba enfermo: había vivido con asma toda su vida y últimamente fumaba mucho más.
La relación de María con su padre había sido una historia de claroscuros. Rodolfo se separó de la madre de María y, en esa separación, también se alejó de sus hijos. Ella tenía 13 años cuando él se marchó; sus hermanos, 11 y 2.
Gracias a su resiliencia y al sostén de su madre y de la familia materna, María logró construir una vida plena: formó su propia familia y le dio sentido a su camino. Rodolfo intentó acercarse cuando ella tenía poco más de 20 años. María lo incluyó en momentos importantes —su boda, el nacimiento de su hijo—, pero él se mantuvo en un lugar periférico. Para él siempre hubo otras prioridades.
María nunca lo juzgó. Pero era consciente de que las cosas se podrían haber hecho diferentes. Desde el dolor del abandono, se había forjado como una mujer fuerte, sin rencor, aceptando que su padre había hecho lo que había podido.
El segundo duelo
Tras la noticia repentina de su muerte, María asistió a consulta sorprendida por lo que sus emociones le estaban mostrando: tristeza, nostalgia… y la frase: “¿Por qué duele tanto si yo ya hice el duelo durante mi adolescencia?” repercutía en su cabeza. Al mismo tiempo sentía alivio, una sensación extraña para ella y que, por momentos, la avergonzaba.
A través del análisis concluyó que este segundo duelo no era solo por la muerte de su padre, sino por la esperanza guardada: aquella ilusión de que algún día él la pondría en un lugar prioritario, que sería un padre presente y disponible. Con su partida física, también tocaba despedirse de esa expectativa.
El recorrido a través del duelo por lo que nunca llegó a ser también trajo un efecto liberador: ya no había nada más que esperar.
El duelo no siempre es lineal
El duelo no sigue un camino recto ni tiene una duración fija. Cada persona lo atraviesa de manera distinta: algunos sienten un dolor inmediato e intenso, otros se sorprenden por la calma o incluso por la sensación de alivio, y muchos descubren que el impacto aparece tiempo después, en momentos inesperados.
Con la muerte de nuestros padres suele aparecer un sentimiento de orfandad, sin importar la edad ni la calidad del vínculo. Sentirse “huérfano” no depende de haber tenido una relación cercana, sino de la conciencia de que ya no están. Incluso cuando la relación fue lejana o conflictiva, la pérdida remueve heridas, preguntas y emociones guardadas.
El duelo incluye despedirse de lo que fue, de lo que no fue y de lo que nunca llegará a ser. No se trata solo de llorar a la persona, sino también de reconocer el vacío de las expectativas: el padre que estuvo a medias, la madre que no pudo cuidar como necesitábamos, o ese anhelo de reconciliación que quedó pendiente.
Aceptar que estas emociones son parte natural del duelo ayuda a transitarlo con menos juicio y más compasión hacia uno mismo.
Permitirse sentir
Está bien estar triste. Está bien que convivan el dolor, la nostalgia e incluso el alivio. El duelo nos confronta con nuestras heridas, pero también nos invita a sanar y a integrar lo vivido.
No se trata de olvidar, sino de dar un lugar a la pérdida y a nuestras emociones, para poder seguir adelante con menos peso y más conciencia.
También se trata de reconocer la huella que deja la persona en nosotros, incluso si esa huella está hecha de presencias y ausencias, de momentos compartidos y de vacíos. Dar espacio a esa complejidad nos ayuda a darle lugar a la pérdida en nuestra historia, sin negarla ni dejar que la defina por completo.
El duelo no se salta ni se evita, se transita. Es el camino necesario para aceptar lo vivido y abrirnos a lo que viene.
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