Duelo por el hijo o hija que no fue...
¿Qué pasa cuando nuestras expectativas parentales no se alinean con la persona real que nuestro hijo o hija es? Este artículo explora el duelo silencioso que muchas familias enfrentan al soltar la idealización para acoger a la persona real que tienen delante. Una invitación a revisar nuestras expectativas y acompañar desde el respeto, la presencia y la autenticidad.
Eliana Arce
4/14/2025
Convertirse en madre o padre es una experiencia tan transformadora como compleja. Implica una intensa mezcla de alegrías, descubrimientos, incertidumbres… y también frustraciones. En esta ocasión, me detendré en estas últimas. ¿Por qué? Porque maternar o paternar no solo consiste en acompañar el crecimiento de quien llega a nuestras vidas, sino también en despedirse —una y otra vez— de esa figura idealizada que habitó nuestras fantasías.
Criar implica transitar pérdidas simbólicas y, una de las más silenciosas pero profundamente significativas es, realizar el duelo por aquel que no fue: ese niño o niña que imaginamos, proyectamos y moldeamos mentalmente mucho antes de conocer, y que difiere de quien efectivamente llegó.
Durante el embarazo —e incluso antes— es habitual construir una representación mental de ese futuro ser. En ese espacio de anticipación, volcamos deseos, anhelos, características idealizadas, temperamentos, gustos, habilidades. Lo “armamos” en nuestra mente como una proyección de nuestros valores, ilusiones y también de nuestras propias carencias.
Este ejercicio no es negativo en sí mismo. De hecho, puede pensarse como una suerte de espacio transicional, tal como lo formuló Winnicott: un terreno intermedio entre la fantasía y la realidad, que nos permite comenzar a ensayar el vínculo con ese otro por venir.
De la idealización a la realidad
Sin embargo, la llegada de la persona real confronta inevitablemente esa imagen que habíamos construido. Tal vez no le guste el fútbol, aunque lo soñé como un gran deportista. Tal vez su temperamento, sus elecciones o sus necesidades no coincidan con las rutas que delineé mentalmente. Incluso puede haber nacido en un momento vital que no esperaba ni deseaba.
En cada una de estas situaciones se produce una pequeña o gran frustración. Es allí donde comienza el trabajo psíquico del duelo: un proceso que no ocurre una sola vez, sino que se reactualiza a lo largo de toda la crianza. Porque cada etapa del desarrollo, cada decisión que difiere de nuestro deseo, nos recuerda que no vino a cumplir nuestras expectativas, sino a desplegar su propio ser en el mundo.
Aceptar la alteridad
Aceptar su alteridad —reconocer que es un otro autónomo, distinto de mí— es uno de los desafíos más grandes y a la vez más nobles. Implica desarmar proyecciones, revisar deseos, reconducir anhelos. Supone comprender que no está aquí para reparar lo que nos falta ni para realizar los sueños que no pudimos cumplir.
Este proceso de aceptación no está exento de dolor, pero es profundamente liberador. Porque en la medida en que podamos respetar su singularidad, estaremos contribuyendo a que brille con luz propia, sin la sombra de nuestras expectativas. Acompañar su camino sin pretender dirigirlo, amar su diferencia sin temor ni juicio, es una forma madura y amorosa de estar presentes en su crecimiento.
Conclusión
El duelo por el hijo o la hija que no fue es, en definitiva, un acto de amor: el amor que suelta la imagen idealizada para abrazar a la persona real, con todo lo que es y todo lo que no es. Es el camino hacia un ejercicio más consciente, auténtico y respetuoso de nuestro rol como adultos responsables. Y también, una oportunidad para nuestro propio crecimiento personal.
Winnicott, D. W. (1971). Realidad y juego. Buenos Aires: Gedisa.
Duelo por el hijo o hija que no fue...
Ubicación
Plaza Gala Placidia, 8-10-12, 5º – 08006 Barcelona

